¡UN
ERROR AFORTUNADO!
En el salón de clase había dos estudiantes que
tenían el mismo apellido:
Urdaneta. Uno de los Urdaneta, el más pequeño,
tenía un comportamiento fuera de lo común era: indisciplinado, poco aplicado en
sus estudios, buscador
de pleitos. El otro Urdaneta, en cambio, era un
estudiante ejemplar.
Tras la reunión de representantes, una señora de
modales muy finos se
presentó a la maestra como la mamá de Urdaneta.
Creyendo que se trataba de la
mamá del estudiante aplicado, la maestra se deshizo en alabanzas y
felicitaciones y repitió varias veces que era un verdadero placer tener a su
hijo en el salón de clases.
A la mañana siguiente, el Urdaneta revoltoso llegó
muy temprano al colegio
y fue directo en busca de su maestra. Cuando la
encontró, le dijo casi entre
lágrimas: “Muchas gracias por haberle dicho a mi
mamá que yo era uno de sus
preferidos y
que era un placer tenerme en su clase. ¡Con qué alegría me
lo decía mamá! ¡Qué feliz estaba! Ya sé que hasta
ahora no he sido bueno, pero
desde ahora lo voy a ser”
La maestra cayó en cuenta de su error pero no dijo nada. Sólo
sonrió
. El pequeño Urdaneta cambió totalmente desde
entonces.
Las
expectativas que abrigamos hacia una persona se las comunicamos, y es probable
que se conviertan en realidad. Las
expectativas, positivas o
negativas,
influyen mucho en las personas con las que nos relacionamos. De ahí
la
importancia de tener expectativas positivas de nuestros estudiantes e hijos. La
capacidad de aceptar a los otros como son, y no como quisiéramos que fueran, y
de comunicarles dicha aceptación mediante palabras o gestos, es tal vez la
principal herramienta para producir cambios positivos en el crecimiento y
desarrollo de la persona.
Diferentes
tests e investigaciones de Rosenthal han demostrado que las
expectativas
de los maestros y padres constituyen uno
de los factores más poderosos en su rendimiento escolar . Si se tienen expectativas positivas,
se les
comunican y colabora en el proceso de enseñanza aprendizaje se logra que estos
avancen. Lo mismo si son negativas. Si se está convencido de que sus estudiantes e hijos, son incapaces, los
vuelve incapaces. Como dice Fernando Savater: “Si piensas que tu estudiante o
hijo es un idiota, si en realidad no lo es, pronto lo será”.
Si, por lo
contrario, el maestro está convencido de que tiene en su salón un grupo de triunfadores,
los vuelve triunfadores. Si el maestro tiene una autoestima positiva, valora su
trabajo y se encuentra a gusto consigo mismo, la comunica a sus estudiantes. Por el contrario, el maestro
amargado, sin entusiasmo ni ilusión, cubre toda la acción educativa con un
manto de pesimismo y frena el aprendizaje.
Evita
toda palabra, gesto u opinión ofensiva. (“Eres un inútil; no sabes
nada;
mal, como siempre...”) Subraya siempre lo positivo, y sobre todo, no dejes
nunca de
querer a tus estudiantes e hijos. Quererlos no es alcahuetearlos ni
abrumarlos
con ilusorias expectativas que les lleven a imaginar que son el ombligo
del
mundo. Quererlos supone interesarse por ellos, por su crecimiento
y su
desarrollo integral, alegrarse de sus éxitos aunque sean pequeños y parciales
y, sobre
todo, nunca perder la fe ni la esperanza.